– ¿Cómo nació el festejo?
– El gobierno contra los adversarios
– Los santones del periodismo
Tiempo de opinar
Raúl Hernández Moreno
Es el 7 de junio de 1951. Los empresarios de la prensa nacional le ofrecen un homenaje al presidente Miguel Alemán, en el restaurante Grillón, de la Ciudad de México. La comida, en la que participan 128 directores y gerentes de diarios y revistas de la capital y de todo el país, tiene como propósito festejar al presidente por posibilitar el ejercicio de la libertad de prensa.
El menú que se sirve es exquisito:
-Hígados de ganso con jalea de champaña
-Huevos rellenos de caviar ruso
-Langosta a la americana
-Arroz a la criolla
-Timba de jamón de York a la florentina
-Pato en salsa de Curazao
-Crepas de cajeta de almendras
-Vinos Chabilis 1946, champaña Charles Heidesek
La reunión, promovida por el coronel José García Valseca dueño de la Cadena de los Soles y el escritor Martin Luis Guzmán, director de la revista Tiempo, gusto tanto que al siguiente año se repitió y el gobierno instituyó el día de la Libertad de Expresión, también con puro general de los medios, dueños, pues.
El ejercicio de la libertad de expresión en México siempre ha estado en manos de los dueños de los medios de comunicación. Eran y son los dueños, los que determinan que se publica y se da a conocer, en función de sus intereses con el gobierno y con las empresas comerciales.
Que nadie se espante. Así era y así es la libertad de expresión. Había en Nuevo Laredo un editor, Ruperto Villarreal, que cuando un periodista escribía en contra de sus amigos, lo reprendía y le decía: “Cuando quieras atacar a mis amigos, pon tú propio periódico”.
Con la llegada de las redes sociales se acabó el monopolio de la libertad de expresión que ejercían los dueños de periódicos, revistas, radio y televisión. Las redes fueron un nicho de oportunidades, pero también degeneró en libertinaje, pues de firmar los artículos se pasó al anonimato y en lugar de la crítica sustentada, generalmente se recurre a la denostación y a la descalificación.
Aliados y cómplices del gobierno, no todo siempre fue miel sobre hojuelas para los dueños de los medios. El menor descuido, los llevó al enfrentamiento directo con el gobierno y el fin de su suerte.
Así, el 23 de junio de 1966, el periódico El Heraldo de México se equivocó en los pies de grabado de dos fotos. En una aparecía el rostro del presidente Gustavo Díaz Ordaz y en el otro, dos changos recién llegados al zoológico de Chapultepec. La leyenda sobre los changos apareció bajo la foto del presidente y la de Díaz Ordaz abajo de la de los changos.
Díaz Ordaz se indignó y ordenó retirar la propaganda a El Heraldo y el 3 de agosto el rotativo anunció su cierre y denunció que el presidente no perdonó un error de imprenta.
Si bien es cierto que el coronel García Valseca fue el promotor de la primera comida que dio lugar a la creación del Día de la Libertad de Prensa, en la década de los setentas tuvo que enfrentar el enojo y la furia del presidente Luis Echeverría, molesto contra la cadena García Valseca, que publicaba los Soles, en 37 ciudades, porque se cargaba a la derecha.
Con el pretexto de una deuda millonaria con el gobierno, Echeverría ordenó incautar los 37 periódicos y se negó a ampliar el plazo para el pago de la deuda u otorgar un nuevo crédito.
García Valseca recurrió al empresario regiomontano Eugenio Garza Sada, fundador del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey, que estuvo de acuerdo en cubrir la deuda, a cambio de que los Soles fueran críticos con el gobierno populista de Echeverría. Para su mala suerte, un comando guerrillero, en el que participaron varios neolaredenses, -entre ellos el ferrocarrilero Javier Rodríguez, que falleció durante el atentado y Heladio Juárez García que desapareció para siempre. También se involucró y encarceló al maestro Crescencio Gloria Martínez- lo asesinó en septiembre de 1973, una semana antes de que se concretara el pago de la deuda y la Cadena de los Soles pasó a ser propiedad del gobierno que luego se la vendió al empresario Mario Vázquez Raña y siempre se especuló que el verdadero dueño era Echeverría.
Tres años más tarde, Echeverría enfocó sus baterías para aniquilar al periodista y director de Excélsior, Julio Scherer García, molesto porque desde las páginas del diario se cuestionaba la actuación del presidente. Un grupo de agitadores invadió terrenos de la cooperativa, en una acción orquestada por el gobierno, y surgió un grupo de cooperativistas adversario al de Scherer. Adicionalmente, se canceló la propaganda al rotativo y el 8 de julio, Scherer, escritores y periodistas abandonaron las instalaciones y en el mes de noviembre fundaron la revista Proceso.
Proceso nació como una revista intensamente crítica con el gobierno en turno. En 1982, el presidente José López Portillo promovió un boicot publicitario contra la revista, en la que participó el gobierno y el sector privado. Jolopo estaba indignado porque Proceso exhibió los excesos de Jorge Díaz Serrano en Pemex; la corrupción de Arturo El Negro Durazo en la policía capitalina, a quien López Portillo hizo general, sin ser militar; exhibió el regalo de Colina del Perro; los amoríos del presidente y Rosa Luz Alegría, a quien el presidente hizo Secretaria de Turismo.
En junio de 1982, el periodista Francisco Martínez de la Vega, alzó la voz, en pleno festejo de la Libertad de Expresión, por el acoso al semanario y Jolopo respondió que “no pago para que me pegues” y mantuvo el boicot a la revista. El sexenio de López Portillo terminó y Proceso siguió vivo.
En septiembre de 1974, el gobierno Echeverrista acabó con la revista ¿Por qué?, propiedad de Mario Menéndez Rodríguez, amigo de guerrilleros en México y en Latinoamérica, incluyendo a Fidel Castro, lo que le permitió conseguir entrevistas exclusivas, entre ellas una con Genaro Vázquez y otras con Lucio Cabañas. El gobierno tomaba estas entrevistas con mucho enojo. Estaba convencido que la guerrilla financiaba a la revista, pues el resto de la prensa presentaba a los guerrilleros como asesinos y ladrones, para demeritar el movimiento armado. Obviamente lo hacía a cambio de la contratación de espacios publicitarios muy bien cotizados.
En septiembre del 74, sicarios del gobierno asaltaron las instalaciones de la revista y la destruyeron. Adicionalmente, las fuerzas policiacas detuvieron a directivos, colaboradores y prensistas y se los llevaron al Campo Militar Número Uno, donde fueron torturados y liberados después. ¿Por qué?, estaba liquidada.
La complicidad de los dueños de los medios de comunicación con los gobiernos en turno, provocó que, durante las grandes manifestaciones de estudiantes universitarios en 1968, surgiera el grito de “Prensa vendida”. Los jóvenes corearon esa frase una y otra vez, cada vez que pasaban frente al edificio de alguna casa editorial. Y como desconfiaban de casi todos los medios, recurrieron a las pintas en bardas y camiones y a mensajes reproducidos en mimeógrafos para dar a conocer sus demandas. El movimiento estudiantil no necesito a la prensa que estaba aliada al gobierno, en su mayoría.
Cuando el gobierno decidió acribillar y asesinar a los jóvenes, el 2 de octubre de 1968, fue la prensa internacional la que ofreció las mejores crónicas sobre la matanza. Una de las narradoras fue la periodista italiana Oriana Fallaci, que resultó lesionada, mientras cubría la información.
El periodista Jacobo Zabludovsky apareció en su noticiero 24 Horas, vistiendo traje y corbata negra, lo que le valió una llamada de atención del gobierno federal y él tuvo que explicar que no estaba vistiendo de luto por la matanza: así aparecía en el noticiero toda la vida, solo que Díaz Ordaz se “confundió”, en su enojo.
LOS SANTONES DEL PERIODISMO
Si bien es cierto que a Carlos Denegri se le ha calificado como el mejor periodista de México en el siglo 20, en la década de los años cuarenta tuvo su mejor competencia con Luis Spota. En esos años, Spota era reportero en Excélsior y durante 43 días continuos obtuvo la nota de ocho columnas. Además, en un solo día, publicó 10 notas suyas en la portada.
Spota era tenaz, acucioso, iba al fondo de los temas que le ocupaban. Fue él quien en 1948 descubrió la identidad del escritor Bruno Traven, quien vivía temporadas en la Ciudad de México, Acapulco y Chiapas. Era un anónimo ultra famoso, autor de novelas como Macario, El Tesoro de la Sierra Madre, La Rebelión de los Colgados, Canasta de Cuentos Mexicanos, entre otros. Algunos de estos libros fueron llevados al cine mexicano y al de Estados Unidos, con gran éxito.
Traven era reservado y en su vida diaria usaba diversos nombres para mantenerse oculto. En 1948, Spota descubrió su identidad, con foto de por medio, en un artículo para el semanario Mañana. Por supuesto, Traven salió a desmentir y no fue sino hasta su muerte, en 1969, cuando se supo su identidad. Su traductora al español era Esperanza López Mateos, hermana del presidente Adolfo López Mateos y durante algún tiempo hubo quien manejó la versión de que Esperanza era Bruno Traven.
Spota abandonó el periodismo y se convirtió en escritor. Es autor de casi 30 libros, entre los que se encuentra La Plaza, novela en la que justifica la actuación del gobierno en la matanza del dos de octubre. Ya era exitoso, pero cobraba una iguala de seis mil pesos mensuales del gobierno federal, durante el sexenio de Díaz Ordaz.
En la década de los sesentas, Manuel Buendía era el director del periódico La Prensa, que en esos días era de los que más se vendían en la capital del país. Un día mandó llamar a Eduardo del Río, un monero que con el paso de los años se haría archi famoso y conocido por el sobrenombre de Rius.
Rius se presentó ante Buendía que seco le notificó que estaba despedido y debía pasar a la caja para recibir su liquidación, él quiso saber por qué, Buendía le contestó que pasara por su liquidación y no le hiciera perder el tiempo. Rius siguió con su curiosidad, Buendía sacó una pistola de un cajón de su escritorio y la puso encima.
Rius respondió: “Ya entendí”, se dio media vuelta y se retiró.
En 1969, mientras esperaba el camión para ir a su casa, un vehículo se detuvo frente al monero Rius. Varios hombres descendieron y pistola en mano lo obligaron a subir a la unidad. Enfilaron afuera de la ciudad, pararon en un paraje, lo bajaron y luego le dieron una pala ordenándole que abriera una zanja porque lo iban a matar y esa sería su tumba.
Él suplicó por su vida y le dijeron que su muerte era una orden del presidente Diaz Ordaz por criticarlo con sus dibujos. Pero sus ruegos dieron resultado. Le ordenaron subir al vehículo y lo regresaron a la ciudad, no sin que antes uno de los sicarios le pidiera un autógrafo.
Años después, eñ 30 de mayo de 1984, Manuel Buendía fue ejecutado en calles de la Ciudad de México. Murió en aires de santidad y en su cuerpo llevaba una pistola -no se sabe si fue la misma con la que amedrentó a Rius- que no alcanzó a sacar para hacer frente a su asesino.
Por esos días, Buendía publicaba su columna “Red Privada”, en la parte baja, del lado izquierdo, de la portada de Excélsior y junto con la de “Los intocables”, de José Luis Mejía, que se publicaba en la parte baja, lado derecho, en la misma portada y eran los columnistas más leídos en el país.
Buendía fue de los primeros periodistas en abordar el tema del narcotráfico y siempre se ha dicho que poseía información de que funcionarios de primer nivel del gobierno federal estaban coludidos con los narcos, que estaba a punto de publicarlo y eso fue lo que provocó su muerte.
A José Luis Mejía, Díaz Ordaz le regaló una gasolinera para que tuviera una vida desahogada y no tuviera necesidad de aceptar dádivas a cambio de escribir a favor o en contra de alguien.
Tanto Buendía como Mejía colaboraron en el Excélsior que dirigió Regino Díaz Redondo, luego del golpe que retiró de la dirección a Julio Scherer. Díaz Redondo dirigió el periódico durante dos décadas y aprovechó su cercanía con el gobierno para que le ayudaran a pactar entrevistas con unos 100 presidentes y jefes de estado de cuatro continentes. Fue un trabajo titánico. Hoy estaba con el presidente de Colombia y la entrevista se publicaba al día siguiente, en portada, con pase a interiores, en página completa, y ese mismo día estaba con el presidente de Venezuela.
Díaz Redondo, por cierto, trabajó brevemente, en el periódico El Mañana de Nuevo Laredo y de aquí viajó a Nueva York.
En estas breves líneas no podemos dejar de mencionar al mítico Julio Scherer, director de Excélsior de 1968 a 1976 y después fundador y director de la revista Proceso.
Durante décadas Proceso se caracterizó por ejercer un periodismo, como ellos mismos decían, sin concesiones ante el poder. Lo mismo criticaban a los políticos que a los empresarios, al clero, a los deportistas, a los intelectuales, a los artistas. Nadie escapó de su mirada crítica. A todos los presidentes en turno los exhibió en su momento, incluyendo a Andrés Manuel López Obrador que de ser respetuoso en los tiempos en que se criticaba a sus antecesores, cuando le tocó su turno, la llamó “pasquín”.
La lectura de Proceso fue obligada durante varias décadas. Scherer se convirtió en una de las vacas sagradas del periodismo y pocos se atrevieron a cuestionarlo en vida, entre ellos el veracruzano Manuel Mejido y San Juana Martínez, sepulturera de la agencia de noticias Notimex.
Scherer realizó entrevistas y escribió una veintena de libros, en ese estilo sobrio, conciso, con juicios contundentes. Ahí están “El indio que mató al padre Pro”, sobre el célebre jefe policiaco Roberto Cruz y el cura Agustín Pro, acusado de estar involucrado en un frustrado atentado al general Álvaro Obregón. Igual de interesante son sus entrevistas al muralista David Alfaro Siqueiros, en la cárcel de Lecumberri.
Junto con Carlos Monsiváis, Scherer escribió “Parte de Guerra”, en el que abordan pasajes de la guerra sucia en las décadas de Echeverría y López Portillo en donde pintó al guerrillero David Jiménez Sarmiento, máximo líder de la Liga Comunista 23 de Septiembre, como un hombre cruel y despiadado, asesino y ladrón que asaltaba bancos y negocios para quedarse con el dinero, no para ponerlo a disposición del movimiento.
Un nutrido grupo de ex guerrilleros protestó, mediante una carta que enviaron a la revista Proceso, pero Scherer se mantuvo en sus dichos y señaló que sus juicios eran el resultado de los informes oficiales. Y es cierto: Jiménez Sarmiento entraba a los restaurantes en los que había policías comiendo y los mataba por la espalda.