Las mil y una revoluciones

-Madero no fue revolucionario 

-Carranza asesinó de Zapata 

-Y Obregón a Carranza y a Villa 

 Tiempo de opinar 

Raúl Hernández Moreno 

20-noviembre-2024 

 La primera revolución del siglo XX en México, duró poco más de dos años. Tuvo la particularidad de ser la primera y única en el mundo que fijó las seis de la tarde del 20 de noviembre de 1910 para su inicio, aunque dos días antes se dio el primer estallido, en Puebla, con los hermanos Aquiles Serdán, que fueron masacrados.

 Para mayo de 1911, la revolución triunfo porque don Porfirio Díaz ya estaba viejo -tenía 80 años- y no se sintió con fuerzas para proseguir la guerra y prefirió renunciar.

 Con su renuncia, Madero pudo ocupar la presidencia de la república de inmediato, porque para eso se fue a la guerra, pero en vez de eso propuso ir a elecciones y estuvo de acuerdo en que el antiguo régimen nombrase un presidente interino, Francisco León de la Barra, que se dedicó a hostilizar a los revolucionarios, en especial a Emiliano Zapata al que calificó de bandido y envió al ejército a combatirlo. 

Carranza se opuso a que la revolución transara con Díaz y lanzó su famosa frase de que revolución que transa, revolución que se suicida. La familia Madero no le hizo caso y su voz fue profética. 

Triunfante la revolución de Madero, este entró a la capital del país en los primeros días de junio de 1911 y fue recibido por más de 100 mil personas, en una ciudad de 600 mil habitantes. Esa apabullante bienvenida, explica que en las elecciones de octubre, Madero ganara con 19 997 votos. Cada voto representaba 500 electores, es decir, obtuvo unos 10 millones de votos, en un país de 15 millones de habitantes. 

La popularidad de Madero se fue diluyendo durante los 15 meses que gobernó, pues lo hizo pésimamente: practicó el nepotismo: hizo funcionarios a su papá, a su tío, a varios de sus hermanos. Además, traicionó a Zapata, a Villa, a Pascual Orozco.

 Como la familia Madero financió la revolución, su familia se creyó dueña de la misma y gobernó como si el país fuese una empresa familiar. Lo hizo tan mal que a los 22 días de iniciado su gobierno, Zapata se levantó en armas y amenazó con capturarlo y colgarlo de un árbol en el bosque de Chapultepec. En esos 15 meses estallaron las revueltas de los hermanos Vázquez Gómez, Pascual Orozco, Bernardo Reyes y Félix Díaz. 

En vez de someter a un consejo de guerra a estos dos últimos los envió a la cárcel, de donde fueron liberados al estallar la decena trágica y salieron dispuestos a ajustarle cuentas al coahuilteco. Si éste sabía perdonar, ellos no. 

 Cuando estalló la decena trágica, el 9 de febrero de 1913, el pueblo lo abandonó a su suerte y cuando fue asesinado, el 22, la prensa lo festejó.

 Madero nunca fue revolucionario. De hecho, estaba de acuerdo con que Porfirio Díaz siguiera como presidente y sólo pedía que el vicepresidente fuese electo democráticamente, para que al morir Diaz hubiese continuidad en el gobierno. 

El artífice de la caída de Madero, fue el embajador de los Estados Unidos en México, Henry Lane Wilson, molesto porque aquel se negó a pasarle una iguala de 50 mil pesos mensuales, como lo hacía Porfirio Díaz. 

El diplomático conspiró con el chacal Huerta para derrocar al “loco” se Madero, como lo llamaba. Estando preso Madero, Huerta le preguntó a Wilson que debía hacerse con Madero y le contestó que hiciera lo que quisiera con él. Huerta consultó con varios personajes, entre ellos Félix Díaz, quien opinó que había que asesinarlo, porque si lo dejaban libre, se uniría a los rebeldes.

 Con el ascenso al poder del general Victoriano Huerta, ahora sí estalló una revolución social con Venustiano Carranza -que fue 10 años senador con Porfirio Díaz- Francisco Villa, Álvaro Obregón, en el norte y con Emiliano Zapata en el sur. La unión de esos caudillos logró echar del poder a Huerta, porque además a éste nunca lo reconoció el gobierno de los Estados Unidos. 

La expulsión de Huerta, enfrentó a Villa y a Zapata contra Carranza y este logró imponerse. Obregón derrotó y humilló a Villa en Celaya, en tanto que Zapata se mantuvo activo en Morelos, pero nunca representó un riesgo. 

Carranza institucionalizó la revolución con la Constitución de 1917. Dos años después, ordenó el asesinato de Emiliano Zapata que con su guerra de guerrillas seguía dando lata. 

 En 1919 impuso como candidato presidencial a Ignacio Bonillas, lo que desató la ira del clan sonorense integrado por Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y Adolfo de la Huerta, que le declararon la guerra y en mayo de 1920, fue asesinado en Tlaxcaltongo, por órdenes de Obregón. 

Acabada la revolución de Carranza, inició la revolución de Obregón y Calles, que no dudaron en mancharse las manos de sangre para mantenerse en el poder, a como diera lugar. Los dos sonorenses eran asesinos. Obregón orilló a Adolfo de la Huerta a levantarse en armas en 1923, al negarle el derecho a ser su sucesor. En su cuatrienio mandó matar al general Francisco Murguía, intentó hacer lo mismo con el general Francisco Múgica, pero fracasó, ordenó los asesinatos del general Lucio Blanco y Francisco Villa.

 En el cuatrienio de Calles siguió el baño de sangre: fueron inmolados los generales Arnulfo Gómez y Francisco Serrano. Se asesinó, sin juicio, al cura Miguel Agustín Pro y a Luis Segura Vilchis. 

Calles desató una feroz persecución religiosa que culminó con la guerra cristera, en la que, de 1926 a 1929, fueron muertos más de 50 mil cristeros, 80 mil solados, 140 mil civiles y 250 mil mexicanos emigraron a los Estados Unidos, para huir de la inseguridad. 

El 17 de julio de 1928, Álvaro Obregón fue asesinado por el fanático religioso José de León Toral quien creía que al morir el sonorense mejoraría el trato del gobierno hacía la iglesia católica.

A casi un siglo del asesinato de Obregón, hay historiadores que siguen discutiendo si Toral actuó sólo, o movido por Luis N. Morones y Plutarco Elías Calles, porque semanas antes de su crimen, el matón de Morones había predicho en público que Obregón no tomaría posesión de su cargo.

En 1928, luego del asesinato de Obregón, Calles propuso a los principales generales activos en el país la creación de un partido -el Partido Nacional Revolucionario, PNR- para terminar con los caudillos y dar paso a una nueva era de instituciones. 

Le creyeron y más de 8 mil partidos se integraron el 4 de marzo de 1929 al naciente PNR. En pleno congreso constituyente, estalló la revuelta del general Gonzalo Escobar que aglutinó a 35 mil de los 80 mil militares activos. Pero fue una farsa de revuelta: Escobar se dedicó a robar bancos en Monterrey, Coahuila y otros puntos y huyó con lo hurtado a los Estados Unidos. 

Regresó en 1943, invitado por Manuel Ávila Camacho y tuvo el cinismo de solicitar que se le reconociera el grado de general para reintegrarse al ejército y lo peor fue que lo aceptaron.

 Lo dicho por Calles de terminar con los caudillos fue una declaración mentirosa: aunque dejó el poder el 30 de noviembre de 1928, siguió controlando el país durante los siguientes ocho años e impuso a cuatro presidentes: Lázaro Cárdenas, Pascual Ortiz Rubio, Abelardo Rodríguez y Lázaro Cárdenas. 

Calles no se cuidó de guardar las formas durante esos ocho años: impuso secretarios, gobernadores, senadores, diputados federales, jefes militares. Favorecía a sus amigos con obras, con servicios de proveeduría. Todo ese control se derrumbó en 1936, cuando Lázaro Cárdenas decidió enfrentarlo y asumir su rol como presidente. 

Durante los dos primeros años de su sexenio, Calles lo había humillado y en alguna ocasión que Cárdenas lo buscó, el caudillo jugaba cartas y lo hizo esperar hasta que terminó su partida para recibirlo. Cuando Cárdenas se decidió a enfrentarlo, mandó llamar al tamaulipeco Emilio Portes Gil, de quien sabía que tenía diferencias con Calles, y lo convenció de sumarse a su equipo en contra de Calles. Cárdenas destituyó gobernadores, jefes militares, senadores, sometió a la prensa, obtuvo el apoyo de los empresarios y en vez de asesinar a Calles, decidió expulsarlo del país en 1936. 

Los agentes del gobierno allanaron su casa, lo encontraron en piyamas, leyendo el libro Mi Lucha, de Adolfo Hitler, que en ese entonces era muy admirado en México. 

Cárdenas terminó su sexenio muy desgastado. Ya no era popular y en las elecciones de 1940 se tuvo que recurrir a un gigantesco fraude para imponer como presidente a Manuel Ávila Camacho. 

El día de la elección hubo robo de urnas en la capital y en varios estados, hubo muertos y heridos. En plena jornada electoral, el general Ávila Camacho se puso a llorar, convencido de que la derrota era inevitable, pero el cacique potosino Gonzalo Santos, lo tranquilizó, le dijo que la elección se ganaba a como diera lugar y se fue a echar bala y robar urnas. Ávila Camacho resistió las presiones de su hermano Maximino Ávila Camacho que estaba empeñado en ser su sucesor en la presidencia y optó por Miguel Alemán Valdez, que en su sexenio institucionalizó la corrupción. Si antes se cuidaban las formas -el primer hermano incómodo en México fue Dámaso Cárdenas, que en el sexenio de Lázaro cobraba el diezmo por obras ejecutadas y con Ávila Camacho lo hizo su hermano Maximino- con Alemán, eso se acabó.

 Alemán nombró como su sucesor a Adolfo Ruiz Cortines quien, cosa extraña, se actuó con relativa honradez. Eso sí, no le tembló la mano para reprimir el movimiento magisterial y al ferrocarrilero. Lo mismo harían los siguientes tres presidentes: Adolfo López Mateos que reprimió a los ferrocarrileros y médicos; Gustavo Díaz Ordaz a los universitarios en 1960; y Luis Echeverría que ordenó una guerra de exterminio contra los grupos guerrilleros, que alcanzó a padres, hermanos e hijos de estos, sin tener vela en el entierro.

¿Cuándo se dio la última revolución en México? Cuestión de opiniones.

Comentar

Su dirección de correo electrónico no será publicada.Los campos necesarios están marcados *

*