Historia y periodismo

Tiempo de opinar

Raúl Hernández Moreno

En los próximos días se celebrara el Día del Periodista y no faltará un instruido colega que nos recuerde que la fecha se instituyó en 1926, a solicitud del Sindicato Nacional de Redactores de la Prensa, para honrar la memoria de Manuel Caballero, fallecido en esos días.

Cuando en 1889 fue asesinado el gobernador de Jalisco,  general Ramón Corona, héroe de la toma de Querétaro,  en junio de 1867, que causó la caída de Maximiliano de Hasburgo, a Caballero se le ocurrió sacar una edición que en la portada mostraba una mano en tinta roja, lo que provocó que el periódico volara.

Tenía ingenio, el maestro Caballero.

Contemporáneo de Caballero era el chiapaneco Ángel Pola que a fines del siglo XIX, publicó entrevistas con el chacal Leonardo Márquez y con el ex presidente  Félix María Zulaoga y abiertamente les preguntó sobre la matanza de Tacubaya y los asesinatos de Melchor Ocampo y Leandro Valle y ambos dieron su versión de los hechos.

El Tigre de Tacubaya murió en La Habana, a los 93 años. Nunca se le aplicó la pena de muerte que en su contra autorizó el Presidente Benito Juárez y  que también incluyó a Zuloaga, por la muerte de Ocampo, el más radical de los liberales.

Los reportajes históricos de Pola son  un agasajo de lectura.

Y lo mismo ocurre con los artículos que en las décadas de los sesentas y setentas del siglo XIX publicaban los liberales Ignacio Ramírez El Nigromante  y su tocayo Ignacio Manuel Altamirano, en los que criticaban a don Benito Juárez y lo acusaban de dictador, por su terquedad en permanecer al frente de la presidencia de la república,  violentado la Constitución y recurriendo al fraude electoral.

Contemporáneo de los dos Ignacios fue el conservador Manuel Payno, autor de esa kilométrica novela Los Bandidos de Río Frío, que vale la pena leer, porque nos pinta la inseguridad en los caminos de México, que más adelante obligó a don Porfirio Díaz  a crear a los Rurales, que se dedicaron a dar caza y liquidar a los criminales.

En el siglo XX, hubo un tiempo en que Luis Spota  rivalizó con Carlos Denegri, desde las páginas de Excélsior  y el primero se impuso durante la década de los cuarentas, al conseguir la nota de ocho columnas durante 43 días seguidos. También consiguió que en un solo día aparecieran 10 notas suyas en la portada de Excélsior.

Spota abandonó el periodismo para dedicarse  a escribir exitosas  novelas y guiones de cine y Denegri logró imponerse como el mejor reportero del siglo XX. Cuando se caso, a su boda no fue en Presidente Adolfo Ruiz Cortines, pero o sí su esposa, secretarios de estado, gobernadores, magnates empresariales, estrellas de cine. Todo mundo quería estar con él, para que no los destruyera con sus ataques periodísticos que tenían la fuerza suficiente para destituir funcionarios o encarcelarlos. Todos le tenían miedo, desde funcionarios, empresarios, criminales.

En 1970 murió de un balazo que le dio “accidentalmente” su esposa, mientras rezaba frente a una imagen religiosa.

Otro santón del periodismo  de los ochentas fue Manuel Buendía. Su columna, publicada en la parte baja, lado izquierdo, de Excélsior, era la más leída en el país. Pero antes de eso era terrible. Como director de La Prensa, cuando este vendía cientos de miles de ejemplares diarios, despidió al caricaturista Eduardo del Río, Rius, con un simple “pase a la caja por su liquidación”. El buen Rius pidió una explicación y Buendía sacó de su escritorio un revólver, lo puso encima de éste y con un cortante:  “¿Qué, no entiende?”. “Ya entendí”, respondió Rius y se fue a recoger su cheque.

En 1969, esbirros del Presidente Gustavo Díaz Ordaz, levantaron a Rius, de un crucero, donde esperaba su transporte. Lo llevaron a un  terreno despoblado y le ahí le dijeron que se pusiera a rezar, pues lo iban a matar por criticar con sus caricaturas al Presidente.

Rius estuvo a punto de  orinarse del puro susto. Uno de los matones, le dijo que lo iban a perdonar, pero que ya no se metiera con el jefe y luego otro sacó un papel y le pidió que le regalara un autógrafo.

Y mientras Díaz Ordaz  ordenó levantar a Rius, al periodista José Luis Mejías  le regaló una gasolinera con la idea de que al tener su vida económica resuelta podía escribir con  mayor libertad.

La represión contra la prensa ha existido siempre.  En la década de los años ochenta, a Julio Scherer y Vicente Leñero,  director y subdirector de Proceso, los amenazó José Zorrilla Pérez, director de la Dirección Federal de Seguridad, para que no sacaran un reportaje donde la revista documentaba cómo oficiales mexicanos y venezolanos, secuestraron a  sobrinos del entonces poderoso Secretario de Gobernación, Manuel Bartlett Díaz, que estaban en un campamente de fanáticos religiosos en Venezuela.

Proceso optó por retirar el reportaje que terminó publicándose en la revista Contenido.

Está documentado que Manuel Bartlett estuvo presente en el interrogatorio y asesinato del agente de la DEA, Enrique Camarena. La tortura estuvo dirigida por el agente de  la CIA, el cubano Félix Ismael Rodríguez, porque querían saber toda la información  que tenia Camarena sobre los funcionarios mexicanos que protegían a Miguel Félix Gallardo, Caro Quintero y Ernesto Fonseca.

La CIA  traficaba droga que luego cambiaba por armas para enviárselas los contras de Nicaragua.

Bartlett fue el autor de que en 1988 se cayera el sistema de cómputo de las elecciones, razón por la cual Cuauhtémoc Cárdenas no llegó a la presidencia, hecho que jamás ha olvidado, pero en cambio el Presidente Andrés Manuel López Obrador perdonó a Barttlet.

Lo mismo hizo en 1911 Francisco Madero con  Francisco Villa que antes de entrar a la revolución era un bandido y un matón. Pero con su mano santa, de golpe y porrazo, Madero  borró la vida criminal de don Pancho.

Eso sí, cuando Francisco Villa estuvo preso seis meses en la cárcel de Tlatelolco, don Pancho Madero se negó a visitarlo. De nada sirvió que Villa le escribiera una y otra vez, para  que lo visitara.

Y es que Madero era un  ingrato y por eso Emiliano Zapata le declaró la guerra el 28 de noviembre de 1911, cuando apenas  habían pasado 22 días de la toma de posesión de Madero, que realmente no era tan chaparrito como lo pinta la  historia, pues la ficha signaletica que se le levantó cuando estuvo preso en San Luis Potosí le asignó una altura de 1.63 metros, muy parecida a la de Villa, que medía 1.64, de acuerdo con Paco Ignacio Taibo.

En comparación el  general Napoleón Bonaparte medía 1.68, pero acostumbraba a tener entre su Estado Mayor a gigantones de más de dos metros de altura. José Stalin medía 1.62 y Adolfo Hitler 1.73, muy lejano  del perfeccionismo que exigía a los arios, entre los cuales la estatura ideal era entre 1.90 a 2.00 metros.

En fin,  repasar la  historia siempre será interesante, muy interesante.


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