-La usan como arma contra AMLO
-Los exhibe como canallas.
Tiempo de opinar.
Raúl Hernández Moreno.
Dice Sandra Cuevas que Acapulco será el Ayotzinapa de Andrés Manuel López Obrador, como si éste hubiese creado el huracán Otis.
La oposición dijo lo mismo del Presidente cuando le renunció el Secretario de Hacienda, Carlos Urzúa; cuando ordenó al ejército liberar a Ovidio Guzmán; con el mal manejo del Covid; cuando no se le aprobó la reforma eléctrica y la electoral; cuando saludo a la mamá del Chapo; con la Casa Gris de Houston; hasta con los tenis carísimos de su hijo menor y sus estudios en Londres y un largo etcétera.
En su maldad, los opositores se regocijaron cuando al Presidente le dio un infarto, cuando Trump se jactó de haberlo humillado ordenándole usar la guardia nacional para contener a los migrantes, ahora se regocijan convencidos de que el huracán afectará la popularidad de López Obrador. Eso es ser canallas.
Los opositores no piensan en el país. Lo que quieren es que el Presidente se vaya La Chingada y se lo lleve la chingada. Pero todo les sale mal, porque hasta para hacer maldades hay que saberlas hacer.
El Presidente va a dejar el poder el 30 de septiembre del año próximo y lo más sano para los opositores es que se vaya descansar a su finca “La Chingada”, en Tabasco. Qué no tenga la ocurrencia de querer emular a Venustiano Carranza, a Álvaro Obregón, a Plutarco Elías Calles, a Luis Echeverría y Carlos Salinas, que luego de concluir sus sexenios pretendieron influir en su sucesor y éstos los mandaron a freír espárragos.
Hasta Miguel de la Madrid se dio el gusto de pintar su raya, encarcelando a Jorge Díaz Serrano y al “doctor honoris causa” de Arturo Durazo Moreno, dos de los principales amigos de José López Portillo. Los encerró para que quedara claro quién mandaba en el país y el frívolo de JoLoPo tuvo que soportar callado.
Lo de Otis es una tragedia que debe despertar la solidaridad y no el odio. Y no se trata de solidarizarse con el Presidente, sino con las víctimas de un fenómeno natural provocado por los daños al cambio climático. Todo mundo lo entiende así y por eso la solidaridad con Acapulco se ve en todo el país y en el exterior.
El gobierno federal tendrá que destinar recursos para enfrentar el desastre a la infraestructura pública, pero el daño a hoteles y negocios tendrá que ser resuelto por los particulares, vía los seguros que seguramente la mayoría tenía contratados. Y el que no los tenía, ni modo, a absorber los daños por no haber contemplado ese gasto, porque entre los mexicanos no está arraigada la cultura de los seguros, como si la hay en los Estados Unidos, donde la gente tiene asegurada la casa, el coche, los aparatos eléctricos, el uso de la alberca, tiene seguro médico, educativo y hasta para el desempleo.
El gobierno federal también está obligado a socorrer a las familias de las zonas populares. No al 100 por ciento, pero tiene que apoyarlas ahora que lo han perdido todo.